Se acercan las vacaciones. Muchos seguimos trabajando, pero imaginar salidas en contacto con la naturaleza ayuda para terminar con el trabajo pendiente. Te invitamos a que pienses en esta alternativa, que los Córdobeses tenemos muy a mano, y que Jime Sánchez y Andrés Calla. Una pareja que viaja en bicicleta desde enero de 2013 con la idea de conocer y descubrir el mundo sobre ruedas. A continuación compartimos una nota de viaje de algunos lugares de la Provincia de Córdoba.
1.En el mapa hay una línea de rayas intermitentes. Delimitan una provincia recorrida y conocida (Santa Fe) de otra que más que tierra es un océano de preguntas. Nos sentimos cómodos en la incertidumbre, en el no saber qué vamos a ver y sobre qué historias vamos a escribir.
Vemos pájaros blancos que hasta ahora no hemos visto y flores violetas en la banquina (porque en el balcón de la ruta también hay vida). Pedaleamos con música, sin embargo nuestros oídos nos piden silencio para oír la melodía de las hojas de los árboles.
El cielo pintado de nubes al óleo: dan ganas de morderlas como copos de azúcar.
Arribamos a La Paquita. Son las 17.30 y el mate está caliente. Una fiesta en el paladar cuando sentimos el gusto de unos alfajores de maicena. Estamos sentados sobre un banco de piedra en un predio de una agrupación gaucha que nos abrió la puerta de una casita para que acampemos.
Mientras tanto la bufanda abriga nuestro cuello para competirle a la primavera.
2. La mañana fría y húmeda aviva recuerdos de la Patagonia. En La Paquita no se escucha ni un solo sonido más que el pio pio de algunos pájaros madrugadores. Las nubes de ayer se evaporaron y el sol, ahora sí de primavera, enciende el día.
Entre cafés llega Gladys, la dueña del predio donde dormimos. Llega con paso apurado porque imaginaba que no nos iba a encontrar siendo las 9 am. Nos cuenta su vida en 10 minutos y nos abre su alma como si fuese una cajita de recuerdos.
Alguna vez alguien nos dijo: “hay que aprender a mirar”.
Dejamos todo lo que estábamos haciendo para observarla y escucharla.
3. Altos de Chipión.
Otra vez los pájaros, nuestras sombras en la ruta, la vieja estación de servicio, el olor a rocío de campo, la familia en bicicleta.
4. Desde que salí de Buenos Aires que quiero llegar a Córdoba. No sé por qué a veces elegimos ciertos lugares o si en verdad son ellos los que nos eligen a nosotros. Desconozco si habrá algo orquestado detrás de los mapas para orientar nuestros pasos hacia determinadas coordenadas. Intuyo que sí: nada es azaroso.
A veces los destinos te atraviesan, te llegan hasta los pies y las uñas, te invaden.
Y Córdoba tiene ese nosequé que me dice que sí, que hay algo.
5. La ruta y el viento. Ese oleaje invisible que nos frena los músculos.
Ya sabemos cómo moldearlo a nuestro antojo: con paciencia de buda (o ese condimento tan granulado que muchas veces nos parece imposible retener).
Las grandes extensiones de campo y las flores violetas.
Una curva y la gloriosa bajada.
El prólogo de Córdoba anticipa lo que andábamos necesitando: silencio de sierras y caminos de montaña que nos exijan poner nuestra atención sobre la tierra.
6. La laguna de Mar Chiquita no se ve desde el asfalto pero está. El camino que la conecta con la civilización es la Ruta 3 que desemboca en Miramar de Ansenuza. Desde la calle principal alcanzamos a percibir una minúscula parte de lo que en verdad es: un inmenso mar que sala ojos.
Contiene en su forma la bravura del oleaje y la fuerza del agua: Miramar sufrió tres inundaciones siendo la segunda la más dura por llevarse 35 manzanas. Aún quedan bajo el agua escombros que se llegan a ver cuando la marea baja. Pero no todo está cubierto: hay misterios que permanecen vivos en el tiempo.
En la punta de la bahía hay un hotel que parece sacado de unthriller hollywoodense : el Gran Hotel Viena.
Lo que en el año 1934 era una pensión alemana, en 1945 se convirtió en un gran hotel de lujo levantado por una familia también alemana de apellido Pahlke. Invirtieron 25 millones de dólares en un alojamiento que solo funciono tres meses. Nadie entiende los cómos y los porqués, pero después de seis años de trabajo, empacaron sus cosas sin previo aviso y regresaron a Alemania.
La historia dice que uno de los hijos de la familia sufría de soriasis y gracias a las propiedades curativas de la laguna logró curarse. Por eso ellos levantaron este emporio para devolverle algo a Miramar. El lado B cuenta que en realidad fue una gran operación de blanqueo de dinero nazi y que quizás sirvió como refugio de criminales de guerra. También existe el mito de que allí estuvo Perón y Hitler.
La única certeza es que se trata de la construcción con mayor actividad paranormal de toda Sudamérica.
7. Hoy abrazamos al viento y nos hizo cosquillas en la nariz. Nos entregamos a su ráfaga invisible y sentimos su forma. También lo escuchamos: los puntos cardinales no tenían de dónde agarrarse para mantenerse en pie.
Otra vez ella: Mar Chiquita.
Un mar en frasco de laguna y no al revés. En su horizonte no se ven límites ni puntos ni árboles ni nada que enmarque el paisaje.
Si oímos al viento es también por ella y sus olas de sal. Vuelan flamencos de oeste a este y en bandadas: los saludamos todas las mañanas.
El muelle se convierte en nuestro hogar-ventana.
8. Ongamira.
Pedaleamos al ritmo del vuelo de las aves. Hoy reposo, pero también movimiento a mil metros de altura.
Nos metemos en el corazón de las sierras por caminos de arena y tierra. ¿Lindo? Dejo los adjetivos de lado: no hay necesidad de etiquetarlo todo. Este paisaje es lo que es y así es perfecto.
Mis pestañas como el obturador de la cámara.
Nuestros recuerdos como fotos: la misma vegetación y colores y viento que la Patagonia.
Hay paredones de piedras y el camino se convierte en huella: senderos que no se pueden predecir porque cada curva desorienta.
En las bajadas ganamos velocidad, pero frenamos.
Hay que saber cuándo andar lento.
9. La forma de las sierras: hongos, peces, alas de avión, rostros de nariz puntiaguda, cangrejos.
Llegamos a las Cuevas de Ongamira, o bautizado por Neruda como “el lugar más triste del mundo”. Son grutas naturales que encierran la historia de los pueblos originarios de Córdoba: grandes paredones de piedras rojizas cuyo nombre deriva del cacique “Onga” quien falleció en combate contra los invasores europeos.
Fue en estas cuevas donde se suicidaron los aborígenes para resistirse a los españoles.
10.
San Marcos Sierras.
Un pueblo de pulso lento, de escritores, músicos, poetas, artesanos y ecologistas. Un pueblo que vibra diferente.
Camino por sus calles sin rumbo porque perderse entre esquinas desconocidas es jugar. Entro a una librería y abro un libro al azar.
En sus páginas: “la vida es un poema que se va improvisando”.
El verdadero viaje es el del descubrimiento.
11. Los Gigantes.
25 km de pendiente. Desde arriba se pueden ver todos los caminos que recorrimos.
El silencio penetrante y las bocanadas de aire frío que nos erizan la piel. Un lugar donde el verde es un color secundario, donde observamos volcanes, nubes latentes y rocas áridas.
Queremos que nos crezcan alas para volar.
12.
Ssss ssss. Lo único que se oye es el sonido de las cubiertas rozando el suelo de piedras y arena.
Esto es viajar en bicicleta: sentirse solo en la inmensidad del todo cuando es nada. Andar por caminos perdidos, hacer cumbre y gritar lo logré. Que el viento te sacuda los pensamientos y sentirte vacío.
Ver olas en las nubes.
Verte diminuto.
Sentirte vivo.
Estas son anotaciones que Jime y y Andrés realizarón sobre su paso por Córdoba.
En sus bicicletas, en pleno contacto con la naturaleza y las sensaciones que esta despierta viajan y comparten su aventura en su página web http://lavidadeviaje.com/ (¡¡¡visitala está muy buena!!!)
En este verano te invitamos a que (como ellos) te tomes la vida de viaje.
Nota: esta publicación es una reproducción de la nota http://lavidadeviaje.com/anotaciones-viaje-cordoba-parte-1/, realizada por la escritora Jime Snachéz y el fotógrafo Andrés Calla.